Tejiendo Redes
Las personas con discapacidad tienen derecho a estar incluidas en la comunidad y a participar en ella como cualquier ciudadano según la Convención de los Derechos Humanos de las Personas con Discapacidad (BOE, 2008).
Sin embargo, estar en la comunidad no es suficiente para que se produzca la inclusión (Amado, 2013). Para el modelo social, la disponibilidad de vínculos y redes sociales son claves (Villalobos y Zalakain, 2010). En este sentido, el capital social es complementario al concepto de inclusión social pues incide en la pertenencia y la participación social que son elementos esenciales para una inclusión social efectiva.
Desde la Fundación San Francisco de Borja en la que apoyamos a través de distintos servicios (residencia, viviendas y centro de día) a personas con discapacidad intelectual adultas con necesidad de apoyo generalizado o extenso, mantenemos un compromiso activo por apoyar a cada una de las personas atendidas en sus servicios a alcanzar sus proyectos de felicidad.
Desde el modelo de calidad de vida y desde el enfoque de la planificación centrada en la persona, que sirven como referentes al quehacer de esta organización, las relaciones interpersonales ocupan un lugar destacado.
El ámbito familiar, es el núcleo básico de pertenecía en el que nos vamos construyendo como personas y como seres sociales. Con el tiempo las personas van conformando sus propios núcleos de pertenencia: familia, grupos de trabajo, grupos de amistad, grupos culturales, deportivos, recreativos, etc.
Sin embargo, las personas con discapacidad intelectual, especialmente aquellas que viven en un entorno residencial, ven enormemente mermadas sus posibilidades de relación con personas no-profesionales y de pertenecer a otros grupos de la comunidad. Esta situación se agrava con la edad y la severidad de la discapacidad (IDS-TILDA, 2011 en Amado y otros, 2013). Precisamente es en esta realidad social en la que queremos poner el foco en este Proyecto. En el caso concreto de los usuarios de la residencia San Rafael, encontramos que, muchos de ellos sufren esta triple circunstancia que hemos mencionado (edad avanzada, severidad de la discapacidad y vivir en un entorno residencial) por lo que se relacionan con profesionales la mayor parte de su tiempo.
Otra variable a tener en cuenta para valorar la pérdida de redes de una persona en residencia es el fallecimiento de sus progenitores.
No podemos hablar de calidad de vida y de proyectos futuros si cada persona no cuenta con referentes personales que se interesen por ella y quieran comprometerse con su mejora. Por ello, las organizaciones hemos de hacer un esfuerzo mediador por facilitar lazos personales significativos entre las personas que apoyamos y otras personas de la comunidad. Esto es uno de los mayores valores que podemos ofrecer a las personas con discapacidad, pero para ello necesitamos contar con la comunidad, con las redes naturales de apoyo. Apoyar los vínculos familiares y el voluntariado persona-persona son algunas de las estrategias de apoyo que la Fundación ha puesto en marcha para generar y mantener estos vínculos.